08 julio 2008

Chuao Venezuela

Desde el avión veo la costa norte de Sudamérica cayendo abrupta al océano, una cordillera vegetal que separa los llanos centrales de Venezuela de este otro territorio que mira al Caribe con toda la identidad latinoamericana.
Los primeros navegantes europeos fundaron en estas laderas selváticas, asentamientos destinados a la producción de cacao, manteniendo durante 500 años características rurales y de aislamiento originarios. El trayecto desde Maracay a Choroní se encumbra sobre la cota mil, cambiando de la humedad tropical por otra más fría que luego cae para volver a tomar esa humedad y calor salinos propicios para acunar el mejor cacao del mundo, producción que es transada y aquilatada por las grandes empresas de Chocolate de Francia, Bélgica y Alemania. Estamos hablando de un lugar único en condiciones geográficas y humanas llamado Chuao, un pequeño paraíso, que recibe con sus arenas y cocoteros, a quienes llegan en lancha atraídos por la leyenda de este asentamiento único, que conserva una tipología humana de solidaridad y valores difíciles de encontrar por estos días. En Chuao existe una forma de vida leve, con su arquitectura moldeada por la geografía y un habitar justo en el borde del mar, un límite, que plantea una existencia poética sin mayores posesiones que las entregadas por la naturaleza. Estos son los hijos de Armando Reverón, artista venezolano que renunció a la urbe para radicarse en el mágico castillete de Macuto en la Guaira, costa caraqueña, y desde ahí proponer la más radical y personal forma de vida en el arte, más que un sueño Bolivariano, una realidad que algunos han hecho propia como Henry, Rafael, Huán, señora María, los pescadores de Chuao al amigo velero, a alambrito y a todos aquellos que están el vértigo del borde de esas sagradas aguas del caribe venezolano.